Colaborador Invitado

¿Y si la inteligencia artificial no revoluciona la economía? (II)

La IA puede funcionar como herramienta de democratización del conocimiento. Ya estamos viendo aplicaciones donde la IA permite a personas sin formación técnica acceder a capacidades antes reservadas a especialistas.

¿Y si la IA no es solo ahorro, sino una nueva frontera económica? En la columna anterior hablamos del estudio del economista Daron Acemoglu, quien advierte que los beneficios macroeconómicos de la inteligencia artificial (IA), al menos en los próximos 10 años, podrían ser mucho más modestos de lo que se promete. Su modelo sugiere que los avances actuales de la IA se centran sobre todo en automatizar tareas sencillas, lo cual genera ahorros de costos, pero no una revolución productiva. Además, plantea que estos avances pueden profundizar la desigualdad si no vienen acompañados de una estrategia que genere nuevas oportunidades laborales. Es un argumento poderoso, respaldado por evidencia. Pero vale la pena preguntarse: ¿y si estamos evaluando la IA con lentes demasiado estrechos?

Acemoglu centra su análisis en cómo la IA reduce costos en tareas existentes, un enfoque útil para estimar productividad, pero que deja de lado otros posibles impactos más difíciles de cuantificar: la aparición de nuevos productos, mercados e incluso formas de interacción económica. Esto no es menor. A lo largo de la historia, las tecnologías que realmente transformaron la economía (la electricidad, Internet, el teléfono) no lo hicieron solo por reducir costos, sino porque habilitaron cosas que antes eran impensables. Por ejemplo: Internet no solo hizo más rápido el envío de cartas, creó nuevas industrias enteras como el comercio electrónico, las redes sociales y la economía del conocimiento. Lo mismo podría pasar con la IA, si en lugar de solo reemplazar tareas, se orienta hacia la ampliación de capacidades humanas.

La IA puede funcionar como herramienta de democratización del conocimiento. Ya estamos viendo aplicaciones donde la IA permite a personas sin formación técnica acceder a capacidades antes reservadas a especialistas: crear códigos, generar imágenes, traducir documentos, analizar datos. Esto puede abrir oportunidades de participación económica para millones de personas si se combina con políticas adecuadas de inclusión digital y educación.

En países como México, donde gran parte de la población no ha sido plenamente integrada a la economía digital, la IA podría actuar como un atajo para reducir brechas, no solo tecnológicas, sino también educativas y de acceso a servicios. ¿Y si en vez de reemplazar empleos, entrenamos a trabajadores para usar IA como copiloto productivo? ¿Y si facilitamos que emprendedores de pequeñas localidades usen IA para llegar a nuevos mercados, automatizar tareas administrativas o mejorar su servicio al cliente?

Con nuevas industrias, potencialmente habrá nuevos bienes públicos. Además, la IA abre la puerta a industrias que ni siquiera aún existen. Pensemos en sectores como: a) diagnóstico médico personalizado a gran escala; b) modelos de predicción climática locales; c) tutores virtuales adaptativos para la educación básica; y d) gobiernos con capacidad de análisis de datos en tiempo real para diseñar mejores políticas públicas.

Estos ejemplos no son ciencia ficción. Ya existen prototipos y pilotos en marcha. El reto es convertirlos en políticas e industrias sostenibles con impacto real. Para que México aproveche este potencial, es clave evitar dos trampas. Primero, suponer que la IA se regulará sola. Sin dirección, la IA puede exacerbar problemas existentes como la concentración de mercado, la desinformación o la exclusión digital. Segundo, reducir la conversación a “la IA nos va a quitar el empleo”. La historia económica muestra que el impacto de las tecnologías depende más de las decisiones humanas que de los algoritmos.

Si el objetivo es que la IA no solo aumente el PIB, sino el bienestar, el Estado, el sector privado y la academia deben trabajar juntos para desarrollar una estrategia nacional de IA centrada en el desarrollo de capacidades: educativas, institucionales y productivas. Esto conlleva una invitación al optimismo pragmático.

El estudio de Acemoglu nos ayuda a desinflar el “hype” y a enfocarnos en lo que importa: sin nuevas tareas, no habrá nuevos ingresos ni nuevos empleos. Pero también nos recuerda que el futuro no está escrito. La pregunta clave no es cuánto va a crecer el PIB gracias a la IA, sino qué tipo de crecimiento queremos construir con ella ¿Uno que excluye o uno que amplía el horizonte de posibilidades para millones de personas? La IA puede ser parte de una nueva frontera económica para México si nos atrevemos a imaginarla, diseñarla y construirla con propósito.

Víctor Gómez Ayala

Víctor Gómez Ayala

Economista en jefe de Finamex Casa de Bolsa y Fundador de Daat Analytics

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