Este pasado jueves 26 de junio, el Banco de México optó por lo que muchos llamarán un “movimiento valiente” y otros simplemente calificarán de temerario: recortó su tasa de interés en 50 puntos base, ubicándola en 8.00%. Todo esto, mientras la inflación sigue fuera del rango objetivo de entre 2% y 4%, y con la inflación subyacente —el corazón de la bestia— aún sin doblegarse del todo.
Pero eso no fue todo lo que encendió los radares financieros. El mismo día, la CNBV anunció intervenciones a entidades financieras mexicanas señaladas en Estados Unidos por presuntas operaciones de lavado de dinero. Un jueves de sorpresas que dejó a más de un economista con el ceño fruncido y a varios banqueros con el teléfono ardiendo.
Banxico parece asumir que la convergencia de la inflación hacia la meta está asegurada (al menos hasta finales de 2026). Pero la realidad aún no respalda del todo ese optimismo. No sólo la inflación general sigue por encima del objetivo, sino que las presiones internas —como los servicios, la educación y la salud— se mantienen elevadas.
Entonces, ¿por qué actuar ahora? La hipótesis optimista: reactivar el crédito productivo, oxigenar a las PYMEs, y evitar una recesión técnica. La hipótesis escéptica: la política monetaria está cediendo a presiones políticas o a la urgencia de mantener la actividad económica a flote… aunque sea con el flotador pinchado.
Y aquí cabe preguntar: ¿realmente podemos permitirnos relajar condiciones monetarias justo cuando nuestro sistema financiero está siendo examinado con lupa internacional?
Mientras México bajaba tasas, Colombia vivía un jueves negro: las calificadoras Moody’s y S&P degradaron la calificación soberana del país cafetalero, lo que provocó una caída abrupta de su moneda, fuga de capitales y una jornada bursátil de alta volatilidad.
Ahora, el paralelismo es inquietante. ¿Qué pasaría si México enfrentara un evento similar?
Sabemos que las calificadoras observan no sólo la estabilidad macroeconómica, sino también la fortaleza institucional. Si la narrativa que comienza a tejerse es la de un país que baja tasas sin haber domado la inflación, mientras enfrenta acusaciones de lavado financiero desde Washington, ¿cuánto tiempo más podremos conservar nuestra calificación actual sin un “ajuste” que duela?
Recordemos: la percepción de riesgo soberano es como una fiesta en casa ajena —cuando huele a problemas, los invitados (léase: inversionistas) no avisan que se van.
La ironía es que todo esto podría tener una lógica de fondo. Quizás Banxico está confiando en la fortaleza fiscal, la resiliencia del peso, y la relativa salud macroeconómica de México para adelantarse al ciclo. Tal vez la CNBV está precisamente haciendo el trabajo sucio que las agencias de rating quieren ver. Pero eso requiere algo más que decisiones técnicas: requiere una coordinación narrativa impecable, un “storytelling” económico sólido, y una ejecución quirúrgica.
Porque cuando se mezclan recortes agresivos con escándalos regulatorios, la música suena extraña. Y los mercados —como los bailarines exigentes— saben cuándo una orquesta está desafinando.
Al final del día, esto no es sólo una discusión técnica sobre puntos base o balances financieros. Es una batalla por la credibilidad. Y si algo quedó claro este jueves, es que la confianza se puede erosionar en 24 horas. Colombia lo vivió. México, por ahora, lo esquivó. Pero en los pasillos del poder financiero, más de uno se preguntó: ¿qué pasaría si mañana nos toca a nosotros?
Esta es una columna de opinión. Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad únicamente de quien la firma y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.